Heráclito, hijo de Blisón o, según algunos, de Heración, fue efesino, y floreció hacia la Olimpíada LXIX. Sentía en las cosas muy elevadamente, como consta de sus escritos, donde dice: «El aprender muchas cosas no instruye la mente.» Y que enseñó a Hesíodo, a Pitágoras y aun a Jenófanes y a Hecateo; pues la verdadera y única sabiduría es conocer la mente, que puede disponer o gobernar todas las cosas por medio de todas las cosas. Decía que Homero era digno de ser echado de los certámenes y de ser abofeteado, y lo mismo Arquíloco. Que los ímpetus de una injuria deben apagarse más que un incendio, y que el pueblo debe defender las leyes lo mismo que los muros. Reprendió vivamente a los efesinos porque habían echado a su compañero Hermodoro, diciendo: «Todos los efesinos adultos debieran morir, y los impúberes dejar la ciudad, entendido de aquellos que expelieron a Hermodoro, su bienhechor, diciendo: ninguno de nosotros sobresalga en merecimientos; si hay alguno, váyase a otra parte y esté con otros.» Como le pidiesen que les pusiese leyes, lo omitió por causa de que la ciudad estaba ya depravadísima en las costumbres y mal gobierno, y retirándose al templo de Diana, jugaba a los dados con los muchachos. A los efesinos que estaban a su alrededor les dijo: «¿Qué os admiráis, perversos?, ¿no es mejor hacer esto que gobernar la república con vosotros? ». Finalmente, fastidiado de los hombres, se retiró a los montes y vivió manteniéndose de hierbas; pero acometiéndole de resultas una hidropesía, regresó a la ciudad, y preguntaba enigmáticamente a los médicos «si podrían de la lluvia hacer sequía». Como ellos no lo entendiesen, se enterró en el estiércol de una boyera, esperando que el calor del estiércol le absorbiera las humedades. No aprovechando nada esto, murió de sesenta años. Mi epigrama a él es como sigue:
Me admiré muchas veces
de que viviese Heráclito otro tiempo,
sufriendo tantos males y miserias,
para después morirse.
Regando al fin su cuerpo
con enfermas y malas humedades,
extinguió de sus ojos
la luz, y los llenó de oscuras sombras.
Pero Hermipo asegura que Heráclito dijo a los médicos que «si alguno podía sacar humedad oprimiendo la tripa»; y respondiendo que no, se puso al sol y dijo a los muchachos que lo cubriesen y emplastasen con estiércol; con lo cual se apresuró la vida y murió al día siguiente, y fue enterrado en el Foro. Neantes Ciziceno dice que no pudiendo quitarse el estiércol ni eximirse de él, permaneció allí y se lo comieron los perros, no habiéndolo conocido por causa del disfraz del estiércol.
Fue admirado desde niño, y siendo mancebo decía «que no sabía cosa alguna»; pero cuando llegó a la edad perfecta decía que «lo sabía todo». De nadie fue discípulo, sino que él mismo se dio a las investigaciones, y decía haberlo aprendido todo por sí mismo. Sin embargo, dice Soción que algunos lo hacen discípulo de Jenófanes, y que Aristón asegura en el libro De Heráclito que curó de su hidropesía y murió de otra enfermedad. Esto mismo dice también Hipoboto.
El libro que de él nos queda, por su contenido se titula De la naturaleza, bien que está dividido en tres discursos, a saber: Del Universo, De política y De Teología. Lo depositó en el templo de Diana; y, según algunos, lo escribió de industria oscuro para que sólo lo entendiesen los eruditos, y por vulgar no fuese desestimado. Píntalo también Timón diciendo:
Y entre ellos se me erguía y engreía
el cuclillo importuno,
murmurador del pueblo,
Heráclito, inventor de quisicosas.
Teofrasto dice que la melancolía le hizo dejar sus escritos, unos a medio hacer y otros a veces muy ajenos de verdad. La señal de su grandeza de ánimo, dice Antístenes en las Sucesiones, es haber cedido el reino a su hermano. Su libro se hizo tan célebre, que llegó a tener secuaces, llamados heraclitianos.
Sus opiniones en común son las siguientes: «Todas las cosas provienen del fuego, y en él se resuelven. Todas las cosas se hacen según el hado, y por la conversión de los contrarios se ordenan y adaptan los entes. Todo está lleno de almas y de demonios.» Acerca de las mudanzas que acontecen en el estado de las cosas del mundo, sintió así: «Que el sol es tan grande cuanto aparece.» Afírmase también que dijo que «la naturaleza del alma no hay quien la pueda hallar por más camino que ande: ¡tan profunda es esta cuestión!» Al amor propio lo llamaba «mal de corazón, y que la vista y aspecto engañan».
En su obra habla algunas veces clara y sabiamente; tanto, que cualquiera, aun duro de entendimiento, lo entiende fácilmente y conoce la elevación de su ánimo. La brevedad y gravedad de sus interpretaciones es incomparable. Sus dogmas en particular son como se sigue: «Que el fuego es elemento, y que todas sus vicisitudes o mutaciones se hacen por raridad y densidad.» Pero nada de esto expone distintamente. «Que todas las cosas se hacen por contrariedad, y todas fluyen a manera de ríos. Que el universo es finito. Que el mundo es único, es producido del fuego y arde de nuevo de tiempo en tiempo alternadamente todo este evo. Que esto se hace por el hado. Que de los contrarios, aquel que conduce las cosas a generación se llama guerra y lucha o contención, y el que al incendio, concordia y paz. Que la mutación es un camino hacia arriba y hacia abajo, y según éste se produce el mundo. Que el fuego adensado se transforma en licor, y adquiriendo más consistencia para en agua. Que el agua condensada se vuelve tierra, y éste es el camino hacia abajo. Liquídase de nuevo la tierra y de ella se hace el agua, de lo cual provienen casi todas las demás cosas», refiriéndolo a la evaporación del mar. «Este es - dice - el camino de abajo arriba. Que las evaporaciones o exhalaciones se hacen de la tierra y del mar: unas perspicuas y puras, otras tenebrosas. De las puras se aumenta el fuego; de las otras el agua.
Lo que encierra la circunferencia no lo explica; pero dice «hay allá unos como cuencos, vuelta hacia nosotros la parte cóncava, en los cuales, acopiándose las exhalaciones puras y perspicuas, forman las llamas, que son los astros. Que la llama del sol es clarísima y calidísima: los demás astros están muy distantes de la tierra, y por ello lucen y calientan menos. Que la luna, estando más cercana a la tierra, anda por paraje no puro; pero el sol está en lugar resplandeciente y puro, y dista de nosotros conmensuradamente; ésta es la causa de calentar más y dar mayor luz. Que se eclipsan el sol y la luna cuando sus cuencos se vuelven hacia arriba, y que las fases mensuales de la luna se hacen volviéndose poco a poco a su cuenco. Que el día, la noche, los meses, las estaciones anuales y los años, las lluvias, los vientos y cosas semejantes se hacen según la diferencia de exhalaciones, pues la exhalación pura inflamada en el círculo del sol hace el día, y cuando obtiene la parte contraria hace la noche. Que de la luz, aumentándose el calor, se hace el estío, y de sombra crece la humedad y se hace el invierno.» Consecuentemente a éstas disputa de las demás causas. Sobre cuál sea la tierra nada dice, ni tampoco de los referidos cuencos.